lunes, 4 de junio de 2007

EMPANADO DE POLLO CON MANZANAS A LA COCA-COLA



Se marchó el mes de Mayo y con él las comuniones. La llegada del “cuarenta de mayo”, nos autoriza a quitarnos el sayo como cada año y con ello a empezar a adoptar otros hábitos de vida, pues el calor ya está aquí.



Por mi parte, retomo esta nueva etapa ya sin el ajetreo de los banquetes de comunión, que imagino sabrán que son muy particulares y laboriosos. Por parte de los profesionales de hostelería, es un mes donde el trabajo no falta gracias a Dios, pero la acumulación del mismo en un corto espacio de tiempo, agota hasta al más valiente. Por el lado de las familias implicadas, creo que se trata más de una carrera de fondo que de otra cosa.



Digo esto porque me toca muy de cerca el tema, ya que además de ser hostelero, soy padre de niño en edad de catequesis, por lo que sé muy bien de lo que hablo; aunque no sería justo que en este apartado no rompa una lanza a favor de mi mujer y de otras tantas igual que ella, la mayoría en relación a los hombres, que son quienes están sobrellevando esta tarea.



Las comuniones son un ejemplo de tesón y paciencia de parte de unos sufridos padres, sobre todo madres, que van a catequesis durante tres años…han leído bien, tres años y que se remata con una odisea transformada en frenética carrera cuando comunican a todo el colegio a la vez la fecha de la celebración y pretenden reservar un restaurante de su agrado para el banquete. Tras esto, está el capitulo de elegir el traje adecuado para el protagonista, que si es niña la cosa se complica sobremanera pues a un chaval se lo viste igual que al capitán Smith, el del Titanic, y queda de dulce; pero con las niñas la cosa se complica pues los vestidos blancos a la vista de los padres todos son iguales y a la de las madres existen muchísimas diferencias que se han de salvar visitando mil ciento cuatro tiendas especializadas, con el consiguiente número de trajes probados en cada una de ellas.



Pasada esta prueba, la ropa de los mayores es coser y cantar, en comparación. Al menos la del marido, que con una corbata en el mejor de los casos, va que arde. Sin embargo, para la madre la cuestión tiene más miga, pues la señora precisa igualmente de visitar otro inmenso número de tiendas antes de escoger un vestido con el que su figura se realce.



Llegada la semana de la comunión al niño se le cae un diente y, encima, se hace un chichón jugando en la calle. Con todo esto, la madre del angelito ya se encuentra en un estado de shock nervioso que no abandonará hasta que pase el domingo.



Todo lo descrito no es nada si lo comparamos con el mismísimo día de autos. Más o menos en todas las casas es igual: comienza con un madrugón de infarto, pues quieren lucir sus mejores galas y ello precisa de un rato de acicalamiento. La sufrida madre, con los nervios de punta, unido a que no ha pegado ojo preocupada de que no se fuese el peinado de peluquería, se intenta poner una media mientras, con la otra mano, viste al protagonista. Por su parte el padre, lo único que hace es preguntar a la agobiada mujer donde está el pilla-corbata, pues no lo encuentra.



Tras la emotiva ceremonia, llega el banquete en el que con estupor descubren que comparten salón con otras cuatro celebraciones. Por mucho que nos quejemos, el encargado del establecimiento nos explica que el salón es muy grande y que para cuarenta personas y, encima, un menú baratito, no puede cerrar exclusivamente un restaurante.



Pasado el sofoco y rendidos ante lo que hay, comienza el banquete y aparecen los auténticos protagonistas de la receta de esta semana: los filetes empanados de pollo. Por mucho que queremos rizar el rizo, es la única manera de acertar con los niños, pues no es un día de mucho apetito debido a la emoción y es una cosa que se comen con facilidad. Además, llegado a este punto parece que si no hay filete empanado, no ha habido comunión. Es por ello que, terminada la campaña de comuniones y habiendo preparado cientos de filetes empanados este año, me apetecía escribir sobre este plato tan apañado.



Por mi parte, les propongo una variante que incluye, además, refresco de cola en su elaboración, con lo que seguro que hacemos las delicias de los más pequeños y damos un toque original e imaginativo a un plato tan aburrido como es el archiconocido filete “empanao”.



Espero que les guste la receta y que la perorata haya servido para rendir un modesto homenaje a esas madres que preparan con tanta ilusión la comunión de sus hijos. y a todos y cada uno de los implicados en el negocio hostelero que, año tras año, sobrellevan el mes de mayo con la mejor de las intenciones.
Un abrazo.





INGREDIENTES

2 pechugas de pollo, 1 Cebolla pequeña, Sal,
Pimienta, Pan Rallado, Perejil fresco,
Tomillo, Pimentón de la Vera, Orégano,
Ajo, un diente. Aceite de oliva, Un huevo,
Dos manzanas, Sopa de cebolla de sobre, una lata de coca-cola.


Para cocinar estas pechugas de pollo empanadas no vamos a usar la freidora como habitualmente. En su lugar utilizaremos el horno, el cual debemos precalentar a 180º. De esta forma evitaremos el aporte calórico innecesario que nos ofrece el aceite del frito.
En primer lugar debemos advertir a nuestro carnicero que nos prepare las pechugas de pollo abiertas por la mitad. Con éstas listas, mezclaremos un preparado de especias con el pan rallado que va a ser el secreto de nuestra receta. Para ello dispondremos el pan rallado e iremos agregándole perejil fresco trinchado, un diente de ajo cortado muy fino, orégano, pimentón de la Vera, la cebolla cortada muy menudita y tomillo. Removemos la mezcla de forma que se una de forma homogénea y rebozamos con ella la pechuga de pollo untada con un poco de aceite, seguidamente pasamos por huevo batido y terminamos de nuevo rebozando con el pan rallado aromatizado, pero presionando bien para que no se despeguen la cebolla y el pan rallado.
Untamos una fuente de horno de aceite y ponemos sobre ésta las pechugas de pollo que introduciremos en el horno una media hora, o hasta que estén crujientes por fuera.
Para la guarnición, trocearemos una manzana por pechuga y la pondremos a cocer en agua con una pizca de sal. Cuando esté a medio cocer, le quitamos el agua y le añadimos el contenido de una lata de coca-cola echado en un vaso donde habremos desleído un sobre de sopa de cebolla. Dejamos que el líquido reduzca casi por completo hasta que obtengamos una salsa con apariencia de sirope que nos servirá para cubrir los gajos de manzana. Realmente sorprendente, se lo aseguro.

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