jueves, 16 de febrero de 2012

OREJAS DE CARNAVAL CON MIEL

OREJAS DE CARNAVAL CON MIEL
 Don Carnal, por ahora, va ganando la disputa a Doña Cuaresma, pero todo se andará.
La semana pasada ocupaba nuestra portada el hecho de que el disfraz se apodera de nuestro Carnaval, aportando el colorido y la alegría que van implícitos en él.
                Hace no demasiadas décadas, el Carnaval era muy necesario y, por tanto, muy celebrado, pues la Cuaresma que le continuaba era poco más que de obligado cumplimiento y con el Carnaval dejábamos escapar esos instintos que luego no íbamos a poder expresar. Una manera muy sencilla de huir de la realidad y de burlarnos de ella era el disfraz. Con el disfraz podemos parapetarnos tras una máscara que nos otorgue el poder de mostrarnos a los demás tal y como queramos que nos vean, huyendo de la realidad. En la actualidad, hemos aprendido a llevar la máscara imaginaria que todos llevamos en un momento u otro del día y que nos ayuda a sobreponernos a la lucha por tirar hacia delante. No obstante, el Carnaval es una celebración con mucha tradición y diversos colectivos están luchando a brazo partido para sacarlo adelante, cuestión que en mi modesta opinión están consiguiendo.
    Al hilo de la introducción, podríamos detenernos esta semana en un tema muy interesante y que hasta ahora no había tenido oportunidad de comentarles: el origen y el sentido del uniforme de los cocineros.
                No son propiamente un disfraz, pero si es un recurso muy utilizado por quienes gustan de disfrazarse, emulando a los mediáticos jefes de cocina, pero el uniforme y los complementos de los cocineros, tiene un cierto toque de encanto para quien se detenga un momento a analizarlo. Si no es observándolo desde el punto de vista antropológico, ¿cómo podríamos evaluar el hecho de que se use un gorro tan alto y unos pantalones de cuadros azules y blancos?, que por otro lado, tengo ganas de echarme a la cara a quien lo inventó para que me explique lo de los colores a cuadros.
                Vayamos por partes,  la chaquetilla también conocida como filipina tiene una razón de ser estrictamente práctica, pues al ser de doble abotonado podemos invertir la pechera dependiendo de si nos es necesario atender a un cliente y hemos tenido la desgracia de mancharnos antes. El cuello de ésta es recortado por estética, pero el uso del pañuelo llamado pico tiene como única misión el recoger el sudor y evitar que resbale éste hacia abajo. Por otro lado es conveniente aclarar, como dato curioso, que en los grandes establecimientos sólo el jefe de cocina es quien se graba el nombre en la chaquetilla, el resto de cocineros de una cocina no deben hacerlo por respeto a su jefe. Con respecto al mandil, el jefe de cocina lo llevará largo y de un inmaculado color blanco, los demás pueden y deben usar un peto o un mandil de otro color más corto.
                Alrededor del uso del gorro de los cocineros existen varias teorías. Unos dicen que es alargado y abierto por encima para que no se nos calienten las ideas, pero yo me inclino hacia las otras dos teorías acerca de su origen y que voy a intentar resumirles.
                El gorro de cocinero, llamado toque blanche  por los franceses, dice la tradición que proviene de la persecución a la que fue sometida cualquier mente pensante y gente denominada artista allá por el siglo XVI, encarcelando a todo tipo de artesano que no pusiese su ingenio al servicio del gobierno dominante. De esa manera, quien pudo se refugió en los monasterios de las iglesias ortodoxas adoptando sus ropajes largos y los sombreros altos y delgados.
                Tras este periodo, mediado el año  1800 la famosa jefa de cocina Marie-Antoine Carême, rediseñó los uniformes y los dotó del color blanco pensando que representaba lo limpia que debía estar una cocina. Como ésta señora era más o menos como podría ser hoy Ferrán Adriá, todos la siguieron adoptando el uniforme. Además, con el gorro se le ocurrió que se podría usar para diferenciar las distintas escalas de mando dentro de las cocinas. De esta forma, se adoptó el tamaño dependiendo del grado de quien lo llevase, yendo desde el más alto hasta el más pequeño. Como dato curioso, el plisado del gorro nos representa las cien maneras en las que se puede cocinar un huevo; metáfora aplicable a cualquier materia prima y a la obligación del jefe de cocina de conocer diversos modos de cocinar un mismo alimento.
             Disfraces aparte, ¿qué pretende el Carnaval y cual es su razón de ser? Según Francisco Fortuny, en su conferencia inaugural de los actos carnavaleros del año pasado, que en mi opinión fue brillante en su planteamiento, la existencia misma del Carnaval tiene como objeto el hecho de que los cuerdos no nos volvamos locos; más o menos vino a decir eso. A mi modo de parecer, esta afirmación es genial en sí misma y de una rotundidad que se necesita ser muy corto de miras para no  aseverarla, pues hasta de portarse bien se harta uno y todo hijo de vecino  necesita sacar lo que lleva dentro de vez en cuando y es el Carnaval el vehículo usado a tal efecto.
                De manera que disfruten todo lo que puedan, disfrácense dejando volar la imaginación y sean felices mientras nos llega la próxima revisión de los tipos de interés de las hipotecas. Un abrazo.

INGREDIENTES

½ Kg. de harina, 100 gr. de azúcar, 3 huevos, 1 dl de leche,  50 g de mantequilla, 1 naranja,
1 limón, Miel de flores, Licor de rosas o pétalos de rosas (opcional),  Azúcar glasé
             En primer lugar vamos a elaborar la masa que nos a de servir de base. Para ello disponemos toda la harina en un bol y, haciendo una especie de volcán, echamos en medio el azúcar, un  huevo  entero y las otras dos yemas restantes, procurando reservar las claras de éstos.
                Amasamos a conciencia para que no se formen grumos y cuando esté bien revuelto el huevo, añadimos la mantequilla fundida y le damos un movimiento envolvente a la masa para echar finalmente el zumo de la naranja y del limón. Seguimos trabajando unos minutos hasta que la masa sea consistente.
                Batimos las claras que teníamos reservadas a punto de nieve y se la añadimos a la masa que previamente le hemos puesto la leche para que se alise. Extendemos la masa con un rodillo enharinado sobre la mesa de la cocina o la encimera. Una vez extendida la masa y alisada, cortamos triángulos con más o menos el tamaño de una caja de cerillas y los freímos en abundante aceite hasta que se doren. Reservamos estos triángulos en una fuente con papel absorbente para que suelten el exceso de grasa.
                Para la elaboración de la miel de rosas, podemos hacer un sucedáneo nosotros mismos en casa pues ésta es muy difícil de conseguir. Por tanto, podemos disponer a calentar ligeramente la miel de flores, sin que casi no llegue a hervir,  junto a pétalos de rosas en un cazo. Luego, dejamos enfriar el preparado en un tarro. Si esta operación nos resulta engorrosa, podemos buscar licor de rosas, que es mas fácil de encontrar de lo que pueda parecer y lo mezclamos con miel de flores hasta que ésta se suavice de textura.
                Realmente, esta receta no es de un postre propiamente, si no más bien de una chuchería que se toma junto al café, como si fuese una pasta. En cuanto a su presentación, podemos colocar las pastas alrededor de una fuente, espolvoreando con ayuda de un colador desde lo alto, de azúcar glasé  y, en el centro, un pequeño bol o cuenco con la miel y una cucharita para que cada uno embadurne al gusto.

                 

               

               

3 comentarios:

  1. Sea postre o chuchería como tu dices , pero a mí me encanta....mañana nosotras celebramos el carnaval!!!...ya lo verás!!!
    besitos.

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  2. Tienen muy buena pinta, yo hice también unas con receta de León y también salieron muy ricas, tienes las fotos en mi blgo , un saludo.

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  3. Desde luego, con la primera foto dan ganas de comer

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