lunes, 21 de mayo de 2007

BORRACHUELOS


BORRACHUELOS, NAVIDAD Y LA MAQUINA DEL TIEMPO.

1 Kg. de harina, ¾ ltr. Aceite de oliva, Matalahúva, Ajonjolí,
1 vaso de vino dulce, Un vaso de vino blanco, Zumo de naranja,
Aceite de freír, Azúcar, Canela molida,
Una naranja, Un limón, Anís, ¿un vasito?



LA MAQUINA DEL TIEMPO
Si tuviésemos a nuestra disposición una máquina del tiempo para viajar, ¿qué etapa de la historia escogeríamos? Quizás la más escogida sería el nacimiento de Cristo, seguida por la época de su crucifixión. Otros elegirían la toma de la Bastilla en Paris, el descubrimiento de América, quizás el asesinato de Kennedy en Dallas, o ¿por qué no el día que le metió el Málaga 6-2 al Madrid? Son tantos los momentos...

Si yo tuviera una máquina del tiempo a mano, elegiría la Málaga de mediados de los sesenta, para asistir a una de esas ocasiones en las que se reunían en casa de mi abuela mi madre y mis tías para hacer borrachuelos. En mi casa, bien entrados los setenta y rozando los ochenta, recuerdo siendo niño que en esta época se comían borrachuelos desde antes de empezar la navidad hasta bien pasada ésta; estos borrachuelos eran elaborados o bien en nuestra propia casa o en la de mi abuela o la de alguna de mis tías. De aquellos borrachuelos tengo un recuerdo imborrable en cuanto a su sabor, a lo que representaba todo lo que le rodeaba, pues era mi niñez en Navidad, y dicen los poetas que la patria de uno está en la niñez, que es donde residen los mejores recuerdos.

El tiempo es inexorable en su paso y desde hace unos años hacia acá ya no se hacen borrachuelos en casa. La razón fundamental es que mi abuela asegura que ya no se acuerda de las proporciones y de la fórmula de los borrachuelos. Por este motivo, ni siquiera se intentan hacer. Yo creo que, en parte, viene motivado por su propio temor a enfrentarse al paso de los años y a la pérdida de facultades, cuestión que le hace entristecer cada año más por estas fechas. Los motivos se intentan justificar diciendo que ya no saben como antes, que no están tan tiernos, que están “reveníos”, término que nunca llegué a entender demasiado bien pero que, aplicado a los borrachuelos tengo claro que significa. En resumen, que la receta se ha perdido en la memoria de mi abuela y ninguna de mis tías y mi madre incluida han sabido hacerlos igual, en parte creo que para no tener que afrontar su propio paso del tiempo también.

LA NAVIDAD
De manera que si me acompañan, les invito a subirse a la máquina del tiempo conmigo e intentar mirar desde arriba una perspectiva de la Málaga de principios de los sesenta, mucho mas despejada en cuanto a tráfico y edificios, menos asfalto en las calles y cañas de azúcar que casi llegaban a la propia ciudad. Disfrazado en un traje invisible que me camufla, observo los inicios de un barrio, García Grana, donde la luz de la mañana entraba por los corredores descubiertos a la calle, a través de las persianas de palillería, entre macetas de geranios pintadas de purpurina y verde. Al final del corredor de la última planta, estaba la casa de mi abuela. Todas y cada una de esas puertas del corredor tapaban una historia de esfuerzo y trabajo casi sin recompensa durante años, que a partir de ahora iban a empezar a dar frutos tras un periodo oscuro.

Dentro de la casa de mi abuela se preparaba con jolgorio los ingredientes necesarios para empezar la masa de los borrachuelos. Para hacer la masa se necesitaba paciencia, ingrediente que sobraba en aquella época, y bastante ayuda pues precisaba de mucho amasar y es por ello que una vez que se decidía ponerse manos a la obra se hiciera en cantidad para no tener que volver a hacer en poco tiempo otra vez. Por esta razón, se reunían bastantes personas para turnarse en el movimiento de la masa, pues es una labor pesada y cansa a quién no está habituado.

Para empezar, había que preparar el aceite de oliva aromatizándolo con una cáscara de naranja y una de limón. Lo calentaban para que tomase aroma de los cítricos y, casi a punto de apartar del fuego, se le añadía ajonjolí y matalahúva dándole unas vueltas para que se frieran levemente. Lo retiraban del fuego y dejaban macerar un rato hasta que enfriara. Una vez frío el aceite, disponían la harina a modo de volcán en la mesa donde se iba a trabajar la masa. En cuanto a la proporción de la harina, se comentaba en la reunión, a la que asistimos a escondidas, que de un kilo resultaban dos kilos de borrachuelos, con lo que más o menos se tenía el calculo de lo que hacía falta para que todo el mundo tuviera para llevarse a casa. Por otro lado, escuché que la harina se encargaba al panadero para que la preparase para hacer borrachuelos.

Nadie tenia muy claro que es lo que se le hacía a la harina, imagino que le mezclaría en una proporción muy pequeña algo de levadura y algo de harina de fuerza junto a la mayoría de harina fina. No sabéis que rabia me da estar asistiendo a esto gracias a mi traje de invisibilidad y ver que nadie repare en tomar notas para que la receta no se pierda…

Seguidamente, con el aceite frío, lo colaban para evitar granitos en otro recipiente donde lo mezclaban con vino dulce y blanco a partes iguales. Con la aparición del vino Málaga la alegría empezaba a desbordarse y una copita se escapaba en descuidos de mi abuela, que se dejaba querer también y se sumaba al brindis, aunque a mi madre no le dejaban porque era la más pequeña, cuestión que no era óbice para que también lo probara porque en esos años, se creía que el vino ayudaba a que los niños se criasen saludables, que le vamos a hacer.

De manera que ya tenían preparado el aceite con el aroma y sabor que necesitaban, por tanto preparaban la harina en la mesa en forma de volcán y le añadieron un vaso de zumo de naranja y poco a poco, el aceite que fuese admitiendo. Al principio, el amasar es un jaleo de líquidos que resbalan y de harina que sube y cae al suelo, de manera que mi abuela regaña cada vez que cae algo, aunque como mujeres no faltaban en casa de mi abuela, eran madre y tres hijas ( Margari, Isabeli y Pepi) junto a la amiga o prima que se arrimase, no había problema para el barrido que en aquella época era tarea exclusivamente de mujeres; de manera que en cuanto que la masa comenzaba a ligar la harina con el aceite y vino se empezaban los turnos para amasar, momento en que llegaba la alternariva de los hombres de la casa, cuyos brazos acostumbrados a trabajar de forma pesada hacían la labor más sencillamente.

Una vez hecha la masa, sobre la mesa que espolvoreaban de harina o bien dentro de un lebrillo, había que rociarla con un poco de anís seco mojándolo con los dedos y espolvoreando. Una vez que la masa estaba terminada, era conveniente que reposase, no menos de una hora y tapada con un trapo fino y limpio. Había quien hacía la masa por la mañana y freía por la tarde para que la masa se asentase bien, aunque en casa de mi abuela, aprovechaban la reunión para hacer la masa y con la excusa de que tenía que reposar tapada, hacer uso del anís que se había sacado y empezar una animada charla que terminaba en villancicos y zambomba, como hoy día no se hace.

Y POR FIN, BORRACHUELOS...
Una vez que tenían la masa lista, tomaban pedacitos que se extendían y se doblaban sobre si mismos como si estuviesen haciendo empanadillas, cerrándolos con un tenedor. En casa de mi abuela preferían los borrachuelos rellenos de cabellos de ángel, no había más que echar una cucharadita dentro de la masa antes de cerrarla, aunque no era un artículo del que se podía abusar por su precio, por tanto se hacían la mitad rellenos y la otra mitad sin relleno, muy a su pesar. En cuanto que estaban cerrados, se disponía aceite de freír en abundancia en una sartén profunda y se iban friendo directamente. Mientras una mujer acercaba los pedazos de masa al aceite la otra los removía al fuego y los sacaba de éste y una tercera los emborrizaba en una mezcla de azúcar y canela a partes iguales sobre un plato.
Tras esto, se dejaban enfriar en una fuente en teoría, pues no faltaban manos que se acercaban furtivamente al plato para calmar la ansiedad que provocaba un año esperando borrachuelos, aún a riesgo de las consecuencias que lleva el comérselos calientes.



Aquí termina más o menos mi hipotético viaje en el tiempo. Deseo que la Navidad y el Año Nuevo sea un compendio de parabienes para todos y cada uno de nosotros. Este año me gustaría que me permitieran hacer una mención especial en la figura de mi mujer, Maypi y de mis hijos Alejandro y Alberto, que son el auténtico motivo por el que cada día amanezca para mi más radiante que el anterior. Gracias y un fuerte abrazo a todos.






















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