Trado, tradidi, tráditum, es un verbo compuesto del originario latín, la primera parte de éste, el prefijo trans significa a través de, y la segunda del verbo do, dedi, dadum que significa dar. Por tanto, hacer pasar algo a manos de otro, transmitir, entregar, o como ahora está tan en boga, conservar tradición.
Este es un punto interesante donde me gustaría pararme un poco. Algún día nos debemos detener a preguntarnos por qué unas tradiciones se mantienen persistentes y con arraigo, mientras otras van cayendo en el sueño de los justos, olvidadas en la desidia. La Semana Santa, con sus innumerables tendencias e interpretaciones según región, pueblo o país, perdura con un transcurrir de siglos a sus espaldas con fluctuaciones de mayor o menor grado, pero con paso firme; debo aclarar que aunque, eso si, en ella se manifiesten elementos que escapan a un análisis racional y crítico desde nuestro diario punto de vista.
Este modus vivendis se transforma radicalmente en la época actual y convierte a Málaga en una capilla descubierta, donde se profesa culto al modo de Málaga, como no puede ser de otro modo. Precisamente es ahí, donde reside su fuerza de consolidación. Nos guste o no, el secreto de que las tradiciones se mantengan está en que se sujetan por los cimientos de un pueblo que es el auténtico alma de ellas. Por eso, podemos afirmar que un pueblo se distingue por sus tradiciones y al revés, éstas sobreviven gracias al pueblo.
A lo largo de la Semana Santa, afloran tres tipos de malagueños en todas sus expresiones folclóricas. A saber, el peñista, el cofrade y el que es peñista y cofrade. También existe un cuarto tipo, pero fuera de catálogo, que es el que cuando llega esta fecha, se acuerda de que es cofrade. Pero ese es más grave, por eso no vamos a hablar de él.
Cuando yo era pequeño y me preguntaban sobre el fútbol, las cofradías o algún tema de opinión recurrente, yo contestaba que no sabía porque no era de ninguno, a lo que me respondían los mayores que no se puede ser de ninguno y que hay que ser de algo. En Málaga, el que no es de peñas, es de cofradías, de las dos cosas o, si no es de ninguna, su pareja lo arrastra hacia algún lado y se deja llevar, o sea que acaba siendo.
En mi opinión, nuestra Semana Mayor es tan amplia en matices que puede ser interpretada desde muchos puntos de vista, y todos son válidos siempre que se respete las diferentes alternativas a la escogida. Por ello, quisiera pedirles un favor permitiéndome una licencia en nuestra tribuna gastronomica, que solo se produce en las grandes ocasiones, Navidad y Semana Santa. Esta no es otra cosa que hablarles sobre el menú mas escondido de la historia del hombre, el menú de La Última Cena, saltándome la costumbre de detallar una receta como habitualmente.
Nuestra conmemoración tiene un punto de salida que no es otro que la celebración de la Sagrada Cena, a partir de aquí se desencadenan todos los acontecimientos político-sociales que dieron lugar a la detención y posterior juicio de Jesús de Nazaret. Siempre me pregunté como se realizó y… qué comieron, ¿ustedes no?
Esta cena se llevó a cabo bajo la tradición judía de la Pascua, y se realizaba recostado y guardando un cubierto para el profeta Elías, por tanto fueron catorce los cubiertos y no trece, aunque este último no se empleara. En esta cena se celebró la Pascua judía, que coincide con el Domingo de Ramos cristiano, comenzando por la limpieza de la levadura en la casa y siguiendo con la ceremonia de la limpieza y lavado de manos. Jesús lo hizo así, pero el se levantó de la mesa y lavó los pies de sus discípulos.
Para acompañar la Cena tomaron el pan ácimo, puesto que la levadura era signo de pecado. Como plato fuerte, comieron cordero asado sin mancha, acompañado de siete hierbas amargas, que simbolizan cada una un acontecimiento en la salida de Egipto y el Éxodo. Esta hierbas son las karpas, perejil, símbolo de vida, el maror, rábano picante picado, el jaroset que era una mezcla dulce de manzanas y nueces picadas con miel, canela y un poquito de vino rosado.
Precisamente, para beber se consumieron las cuatro copas de vino ceremoniales, precisamente en la cuarta es donde se realizó el Afikomen, rito de partir el pan ácimo y repartirlo. En este caso es cuando Jesús dio gracias diciendo:
“Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria mía.”
Queridos amigos, no me quiero despedir en esta semana tan especial recomendándoles abrigo familiar y compañías amigas. Es lo único importante en esta vida.
Gracias por su comprensión y paciencia con la licencia que me he tomado esta semana.
Este es un punto interesante donde me gustaría pararme un poco. Algún día nos debemos detener a preguntarnos por qué unas tradiciones se mantienen persistentes y con arraigo, mientras otras van cayendo en el sueño de los justos, olvidadas en la desidia. La Semana Santa, con sus innumerables tendencias e interpretaciones según región, pueblo o país, perdura con un transcurrir de siglos a sus espaldas con fluctuaciones de mayor o menor grado, pero con paso firme; debo aclarar que aunque, eso si, en ella se manifiesten elementos que escapan a un análisis racional y crítico desde nuestro diario punto de vista.
Este modus vivendis se transforma radicalmente en la época actual y convierte a Málaga en una capilla descubierta, donde se profesa culto al modo de Málaga, como no puede ser de otro modo. Precisamente es ahí, donde reside su fuerza de consolidación. Nos guste o no, el secreto de que las tradiciones se mantengan está en que se sujetan por los cimientos de un pueblo que es el auténtico alma de ellas. Por eso, podemos afirmar que un pueblo se distingue por sus tradiciones y al revés, éstas sobreviven gracias al pueblo.
A lo largo de la Semana Santa, afloran tres tipos de malagueños en todas sus expresiones folclóricas. A saber, el peñista, el cofrade y el que es peñista y cofrade. También existe un cuarto tipo, pero fuera de catálogo, que es el que cuando llega esta fecha, se acuerda de que es cofrade. Pero ese es más grave, por eso no vamos a hablar de él.
Cuando yo era pequeño y me preguntaban sobre el fútbol, las cofradías o algún tema de opinión recurrente, yo contestaba que no sabía porque no era de ninguno, a lo que me respondían los mayores que no se puede ser de ninguno y que hay que ser de algo. En Málaga, el que no es de peñas, es de cofradías, de las dos cosas o, si no es de ninguna, su pareja lo arrastra hacia algún lado y se deja llevar, o sea que acaba siendo.
En mi opinión, nuestra Semana Mayor es tan amplia en matices que puede ser interpretada desde muchos puntos de vista, y todos son válidos siempre que se respete las diferentes alternativas a la escogida. Por ello, quisiera pedirles un favor permitiéndome una licencia en nuestra tribuna gastronomica, que solo se produce en las grandes ocasiones, Navidad y Semana Santa. Esta no es otra cosa que hablarles sobre el menú mas escondido de la historia del hombre, el menú de La Última Cena, saltándome la costumbre de detallar una receta como habitualmente.
Nuestra conmemoración tiene un punto de salida que no es otro que la celebración de la Sagrada Cena, a partir de aquí se desencadenan todos los acontecimientos político-sociales que dieron lugar a la detención y posterior juicio de Jesús de Nazaret. Siempre me pregunté como se realizó y… qué comieron, ¿ustedes no?
Esta cena se llevó a cabo bajo la tradición judía de la Pascua, y se realizaba recostado y guardando un cubierto para el profeta Elías, por tanto fueron catorce los cubiertos y no trece, aunque este último no se empleara. En esta cena se celebró la Pascua judía, que coincide con el Domingo de Ramos cristiano, comenzando por la limpieza de la levadura en la casa y siguiendo con la ceremonia de la limpieza y lavado de manos. Jesús lo hizo así, pero el se levantó de la mesa y lavó los pies de sus discípulos.
Para acompañar la Cena tomaron el pan ácimo, puesto que la levadura era signo de pecado. Como plato fuerte, comieron cordero asado sin mancha, acompañado de siete hierbas amargas, que simbolizan cada una un acontecimiento en la salida de Egipto y el Éxodo. Esta hierbas son las karpas, perejil, símbolo de vida, el maror, rábano picante picado, el jaroset que era una mezcla dulce de manzanas y nueces picadas con miel, canela y un poquito de vino rosado.
Precisamente, para beber se consumieron las cuatro copas de vino ceremoniales, precisamente en la cuarta es donde se realizó el Afikomen, rito de partir el pan ácimo y repartirlo. En este caso es cuando Jesús dio gracias diciendo:
“Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria mía.”
Queridos amigos, no me quiero despedir en esta semana tan especial recomendándoles abrigo familiar y compañías amigas. Es lo único importante en esta vida.
Gracias por su comprensión y paciencia con la licencia que me he tomado esta semana.
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