jueves, 4 de junio de 2009

COMUNIONES: ¡ QUE DIOS NOS PILLE CONFESADOS!...


FIGONES DE CHISTORRA

Comuniones: ¡que Dios nos pille confesados!

Para todo aquel que trabaja en el sector de la hostelería, la campaña de las comuniones es un mes donde el trabajo no falta, pero la acumulación del mismo en un corto espacio de tiempo, agota hasta al más valiente. Aunque no es el gremio de camareros y cocineros el único damnificado, pues por el lado de las familias implicadas en la organización de la celebración de la comunión de sus hijos, creo que se trata más de una carrera de fondo que de otra cosa.
A quién suscribe este artículo, o sea un servidor de ustedes, esto me toca muy de cerca ya que además de ser hostelero, soy padre de niño en edad de hacer la comunión, por lo que sé muy bien de lo que hablo; aunque no sería justo que en este apartado no rompa una lanza en favor de mi mujer y de otras tantas igual que ella, que son quienes están sobrellevando esta tarea en mayor proporción que sus santos esposos.

COMUNIONES, UNA CARRERA DE FONDO

Las comuniones son un ejemplo de tesón y paciencia de parte de unos sufridos padres, sobre todo madres, que van a catequesis durante tres años…han leído bien, tres años y que se remata con una odisea transformada en frenética carrera cuando comunican a todo el colegio a la vez la fecha de la celebración y pretenden reservar un restaurante de su agrado para el banquete. Precisamente en este apartado, en el del banquete, todas y cada una de las madres de los inocentes niños coinciden a principio de curso en el hecho que lo más importante de todo esto es la ceremonia religiosa y que el convite no les preocupa en absoluto… ¡mentira cochina! Conforme van pasando los meses, poco a poco se va gestando un plan en el que lo que iba a ser una sencilla comida con los familiares más íntimos se transforma en algo parecido al banquete de bodas del Príncipe Felipe y Doña Leticia, ante la impotente mirada del sufrido padre de turno que observa cómo ha ido cediendo en todo durante este tiempo casi sin darse cuenta, mientras va haciendo números con la mano derecha para hacerse una idea de cuánto le va a costar la broma, al mismo tiempo que se limpia con la izquierda la cara porque se le caen dos lágrimas cada vez que hace una suma.
LA ROPA, UNA ODISEA

Tras esto y como la odisea no ha hecho más que empezar, está el capítulo de elegir el traje adecuado para el protagonista, que si es niña la cosa se complica sobremanera pues a un chaval se lo viste igual que al capitán Smith, el del Titanic, y queda de dulce; pero con las niñas la cosa se complica pues los vestidos blancos a la vista de los padres todos son iguales y a la de las madres existen muchísimas diferencias que se han de salvar visitando mil ciento cuatro tiendas especializadas, con el consiguiente número de trajes probados en cada una de ellas.
Pasada esta prueba, la ropa de los mayores es coser y cantar, en comparación. Al menos la del marido, que con una corbata nueva en el mejor de los casos, va que arde. Sin embargo, para la madre en cuestión la cosa tiene más miga, pues la señora precisa igualmente de visitar otro inmenso número de tiendas, mayor que para el traje de la niña, antes de escoger un vestido con el que su figura se realce, todo ello precedido de una cuidadísima operación de espionaje en la que se ha sondeado entre sus amigas sobre qué es lo van a llevar ellas ese día, no sea que coincidan y ello daría al traste con todos los esfuerzos de los últimos tres años.

EL DIA DE AUTOS: UNA EMOTIVA CEREMONIA

Llegada la semana de la comunión la madre del angelito ya se encuentra en un estado de shock nervioso que no abandonará hasta que pase el domingo. Para colmo, al niño se le cae un diente y, encima, se hace un chichón jugando en la calle con lo que para las fotos va a estar hecho una pena, así que a falta de una semana el abatimiento se apodera de la familia que a esa hora no deja de preguntarse por qué no habría organizado un desayuno con los primos después de la misa, como se ha hecho toda la vida, y se habría ahorrado muchos disgustos.
Todo lo descrito no es nada si lo comparamos con el mismísimo día de autos. Más o menos en todas las casas es igual: comienza con un madrugón de infarto, pues quieren lucir sus mejores galas y ello precisa de un rato de acicalamiento. La sufrida madre, con los nervios de punta, unido a que no ha pegado ojo preocupada de que no se fuese el peinado de peluquería, se intenta poner una media mientras, con la otra mano, viste al niño que encima no deja de protestar porque dice que el traje nuevo le pica. Capítulo aparte es el padre, auténtico bulto sospechoso en estas ocasiones, pues lo único que hace es preguntar a la agobiada mujer donde está el pilla-corbatas, ya que no lo encuentra.
Tras la “emotiva ceremonia” en la que ha sido imposible escuchar una sola palabra pues los invitados no han tenido la decencia de guardar silencio, llega el banquete en el que con estupor las sufridas familias descubren que comparten salón en el restaurante con otras cuatro celebraciones y su respectiva muchedumbre. Por mucho que nos quejemos, el encargado del establecimiento nos explica que el salón es muy grande y que para cuarenta personas y, encima, habiendo escogido el menú más baratito, no puede cerrar exclusivamente el local para nosotros.
EL BANQUETE: LA ESPAÑA MAS PROFUNDA

Pasado el sofoco y rendidos ante lo que hay, pues no queda otra, comienza el banquete y tras la quinta copa de vino comienza a verse de otra forma la celebración y a sentirnos satisfechos de haber reunido a la familia en torno a una mesa. Lo que parecía gris se ha vuelto de color de rosa y la euforia, mezcla de alegría y descarga de tensiones, hace acto de presencia y nos liamos la manta a la cabeza con las copas tras el almuerzo ofreciendo gloria bendita a nuestros cuñados y demás familiares. Obviamente, el color gris vuelve con mucha más fuerza casi convertido en negro cuando pedimos la cuenta al acabar y notamos de golpe como los ardores que nos provoca el cocktail de langostinos y salsa rosa sobre piña natural de la comida nos están matando y nos asalta de nuevo la pregunta acerca de por qué no habría hecho un desayuno con los primos, como toda la vida de Dios...

FIGONES DE CHISTORRA...
La receta de esta semana, figón de chistorra, no es casualidad que sea ahora cuando la publique pues fue lo primero que me pidió mi hijo que le preparase cuando le planteé cocinarle su banquete de comunión. La visión apocalíptica que les acabo de ofrecer, no es más que una broma sobre las peripecias que una familia vive y se desvive para ofrecer el día más pleno a sus hijos cuando hacen la comunión. El problema está si se nos va de las manos y terminamos organizando un evento a medida de los mayores en detrimento de los niños. Personalmente, tanto mi mujer Maypi como yo mismo, tenemos el inmenso orgullo de poder preparar con nuestras propias manos el banquete de comunión de mi hijo Alejandro y he de confesar que es una auténtica satisfacción como padres.
No quiero acabar estas líneas sin rendir homenaje a esas madres que preparan con tanta ilusión la comunión de sus hijos, a los sufridos abuelos que sin su ayuda sería imposible y a todos y cada uno de los implicados en el negocio hostelero que, año tras año, sobrellevan el mes de mayo con la mejor de las intenciones. Un abrazo.

INGREDIENTES
Harina fina, Chistorra, un paquete. Brandy, un vaso.
Tres huevos, dos dientes de ajo, Perejil fresco,
Un vaso de cerveza, Levadura, Sal y pimienta,
Queso en lonchas, Jamón cocido.

Para la preparación de los figones debemos, en primer lugar, trocear la chistorra en trocitos de unos tres centímetros y saltearlos a fuego moderado. Una vez que se hayan cocinado en la sartén, recogemos todo el aceite que haya soltado y lo dejamos templar.

En un recipiente tipo bol, batimos un huevo entero y dos yemas junto a un chorro generoso de brandy. Cuando el huevo esté bien mezclado, añadimos un vaso de cerveza y una cucharada de levadura. Sin dejar de batir, agregamos poco a poco harina fina hasta que la masa de rebozado sea consistente, momento en el que echamos el aceite de la chistorra a la mezcla hasta que se torne anaranjada. Trinchamos perejil fresco y un par de dientes de ajo y se lo ponemos a la masa junto a un poco más de harina para que se absorba el aceite añadido y rectificamos de sal.

Cortamos lonchas de queso de fundir y jamón cocido en tiras y envolvemos los trozos de chistorra con ellos, pinchados con un palillo para que se sujeten. Colocamos una sartén profunda al fuego y vamos mojando en la masa de rebozado los pinchitos y friendo uno a uno hasta que se hayan dorado. Finalmente les quitamos el palillo y tenemos listo el aperitivo. Sencillo y muy simpático.
(Nota: las fotos 2 y 3 del presente artículo son de Noe Bermejo).

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