Cuando de marisco hablamos, se nos viene a la cabeza todo tipo de crustáceos de colores vivos, cigalas, gambas, bogavantes…etc.; y si de moluscos para darnos un homenaje echamos cuenta, es de las ostras a las primeras en quien pensamos, de las peregrinas, las almejas de carril o de Málaga o de los búsanos bien cocidos también podríamos echar mano. Sin embargo, tenemos a nuestro lado un marisco que, en mi opinión por lo cotidiano y asequible de su precio, no es valorado en su justa medida. Hablamos del mejillón por supuesto, que es el primo feo de la concha fina, auténtica reina del marisco de concha, después de la emperatriz ostra.
Con los mejillones ocurre como a los presos de una cárcel caribeña que se pusieron en huelga de hambre hace ya algunos años; esta huelga se basaba en la protesta hacia el hecho de que su menú diario era muy poco variado. Imagino que al leer esto, lo primero que se viene a la cabeza es algo parecido a lo que yo pensé, un cucharón enorme agarrado por un extremo de un funcionario mal encarado y que sirve raciones de un potaje espeso y de color indefinido; pero nada más lejos de la realidad, el menú que soportaban a diario estaba compuesto principalmente de langosta pues por allí abunda como por aquí la corrupción urbanística. Y es que, aunque parezca mentira, hasta de la langosta puede uno hartarse. De los mejillones no es que estemos hartos, pero de tanto verlos parece como si no los apreciásemos como lo que valen.

Por nuestros bares, el mejillón no pasa de ser ofrecido en barras de bar simplemente cocidos o en un alarde de atención, con una pipirrana que suele servir más para tapar a un mejillón de escaso calibre que para acompañarlo en su justo valor. Por este motivo, les traigo esta semana una receta que nos engordará el recetario de productos del mar y que aportará una variante al modo tradicional de prepararlos.
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INGREDIENTES

En primer lugar, he de aclarar que para esta receta no voy a especificar cantidades pues la mecánica de preparación va a depender del número de mejillones que tengamos y lo grande que sean las conchas que les vamos a rellenar.
Por tanto, nos dispondremos a limpiar de barbas y restos las conchas de los mejillones para colocarlos en una cacerola con un puñado de sal, unos dientes de ajo sin pelar y machacados con el canto del cuchillo y un chorrito de vino blanco. Tapamos la cacerola y dejamos que los mejillones se abran a fuego fuerte, momento en que los retiraremos y refrescaremos bajo el chorro de agua fría para separarlos y sacar la carne de sus conchas, reservándola aderezada con zumo de limón.

Buen provecho.
que buena pinta tiene! estupenda receta y una manera original de comerse unos buenos mejillones
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